lunes, 21 de junio de 2010

Hacía un día precioso. Paseaba por el parque y cada vez se encontraba peor. Se sentó en un banco y se puso a pensar. A lo mejor lo que le dijo el médico era verdad, a lo mejor sí que se encontraba tan grave, a lo mejor...debería haber ingresado hace tiempo ya. Pero no podía. No podía verse separada de él. Un sólo día sin verlo, para ella era como si se acabase el mundo. Siempre pensó que mientras él estuviera a su lado nunca le pasaría nada, pero el destino, o dios, o esa puta enfermedad le está demostrando que estaba totalmente equivocada. Se levantó del banco y empezó a caminar. Sacó el móvil y buscó en la agenda su número. Decidió enviarle un sms para quedar. No podía oír su voz, sabía que se derrumbaría. Así que trás enviar el mensaje, se puso a esperarlo en la fuente donde siempre quedaban, fue el lugar donde se conocieron. Llegó puntual, como siempre. Llevaba el flequillo despeinado, tal como le gustaba a ella. Se le acercó y la besó con pasión, a ella le encantaba que fuera tan cariñoso. Tenía pinta de durito, pero en el fondo era todo un amor. Sentía tanto el tener que perderlo...que...

Cobarde.

Se encontraba tumbado en la cama, con los cascos puestos y la música a tope. Hacía todo lo posible por no escuchar los gritos de su madre. Y es que ese jodido cabrón había vuelto tarde, borracho y con ganas de guerra. El muy gilipollas se divertía con ella. Le gustaba verla sufrir. No tuvo bastante con casi matarla el año pasado, ahora la quiere enterrar. Y es que estoy harto. Soy un puto cobarde, que no tiene los putos cojones de plantarle cara. Siempre lo he intentado. Me levanto de la cama, llego a la puerta, la abro, lo veo y me encierro otra vez. Me odio y odio a mi madre. No sé porqué coño lo sigue aguantando, de verdad. Un día de estos lo mataré con mis propias manos, me da igual lo que pase a continuación.